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La sociedad comercial del Astrólogo en Los siete locos y Los lanzallamas, de Roberto Arlt

The commercial society of the Astrologer in Los siete locos and Los Lanzallamas, by Roberto Arlt

La société commerciale de l’Astrologue dans Los siete locos et Los lanzallamas, de Roberto Arlt

Bruno Fernando Nassi Peric
Universidad del Pacífico, Perú

Boletín de la Academia Peruana de la Lengua

Academia Peruana de la Lengua, Perú

ISSN: 0567-6002

ISSN-e: 2708-2644

Periodicidad: Semestral

vol. 74, núm. 74, 2023

boletin@apl.org.pe

Recepción: 26 Junio 2023

Aprobación: 18 Septiembre 2023

Publicación: 22 Diciembre 2023



DOI: https://doi.org/10.46744/bapl.202302.005

Resumen: En la novela Los siete locos (1929) y en su segunda parte, Los lanzallamas (1931), de Roberto Arlt, los personajes marginales son conscientes de que, para superar su condición social, deben insertarse en el circuito comercial; por ello, la figura del inventor es recurrente en la narrativa arltiana. Este busca crear el artefacto que se convierta en un éxito y, en consecuencia, le procure fama y fortuna inmediatas. En Los siete locos y Los lanzallamas, la figura del inventor recae sobre Remo Erdosain; sin embargo, la invención como práctica no se limita a él, sino que es más compleja. En ese sentido, este ensayo se concentra en el personaje de Alberto Lezin, el Astrólogo, y se propone que su proyecto —su invento— de una sociedad secreta revolucionaria en realidad constituye la creación de una sociedad comercial que procure ingentes dividendos para él y para sus socios. De este modo, este personaje no debe ser abordado como un orate o un excéntrico, sino como un comerciante bastante ambicioso y cínico.

Palabras clave: Los siete locos, Los lanzallamas, Roberto Arlt, invención, sociedad comercial.

Abstract: In the novel Los siete locos (1929) [The Seven Madmen] and in its second part, Los lanzallamas (1931) [The Flamethrowers], by Roberto Arlt, the marginal characters are aware that, in order to overcome their social condition, they must enter the commercial circuit; therefore, the figure of the inventor is recurrent in Arlt’s narrative. He seeks to create the artifact that will become a success and, consequently, bring him immediate fame and fortune. In Los siete locos and Los lanzallamas, the figure of the inventor falls on Remo Erdosain; however, invention as a practice is not limited to him, but is more complex. In that sense, this essay focuses on the character of Alberto Lezin, the Astrologer, and proposes that his project —his invention— of a revolutionary secret society actually constitutes the creation of a commercial society that will provide huge dividends for him and his partners. Thus, this character is not approached as a madman or an eccentric, but as a rather ambitious and cynical merchant.

Keywords: Los siete locos, Los lanzallamas, Roberto Arlt, invention, commercial society.

Résumé: Dans le roman Los siete locos (1929) et sa deuxième partie, Los lanzallamas (1931), de Roberto Arlt, les personnages marginaux sont conscients de ce que, pour dépasser leur condition sociale, il leur faut s’insérer dans le circuit commercial ; d’où la figure de l’inventeur est récurrente dans la narrative d’Arlt. L’inventeur cherche à créer l’engin à succès, qui lui procurera illico renommée et fortune. Dans Los siete locos et Los lanzallamas, la figure de l’inventeur échoit à Remo Erdosain; néanmoins, l’invention en tant que pratique n’est pas restreinte à ce personnage : elle est plus complexe. En ce sens, notre essai concerne le personnage d’Alberto Lezin, l’Astrologue ; nous proposons que son projet – son invention – d’une société secrète révolutionnaire est en fait la création d’une société commerciale qui devrait produire d’énormes profits pour lui et ses associés. De la sorte, nous n’abordons pas ce personnage comme un fou ou un excentrique, mais comme un commerçant assez ambitieux et cynique.

Mots clés: Los siete locos, Los lanzallamas, Roberto Arlt, invention, société de capitaux.

1. Introducción

En Los siete locos (1929) y en su continuación, Los lanzallamas (1931), de Roberto Arlt, los personajes son conscientes de su marginalidad. Saben que, para salir de ella, necesitan encontrar la manera de insertarse exitosamente en el circuito comercial de la sociedad capitalista. En este contexto, se entiende por qué la figura del inventor es importante en la narrativa arltiana desde su primera novela, El juguete rabioso (1926): este busca crear un artefacto magnífico que sea un éxito comercial y, en consecuencia, le otorgue fama y fortuna instantáneas. En otras palabras, el inventor busca lo que Sarlo (2003) llama el batacazo: «El triunfo del inventor [que] proporciona, de un solo golpe, fama, mujeres y dinero» (p. 56). Esto también se entrevé en su consumo de saber —más empírico que científico, basado, principalmente, en revistas de mecánica popular—: «El saber les permitirá, como sujetos de un mundo moderno, modificar el curso de la historia gracias al poder que les proporcionaría y dar el gran salto y progresar» (Ferra, 2006, p. 73). En Los siete locos y Los lanzallamas, la figura del inventor recae sobre Remo Erdosain, quien cifra las esperanzas de éxito comercial en su invento de la rosa de cobre (aunque también postula otros; por ejemplo, una tintorería para perros, de la cual los canes saldrían con un pelaje verde o azul eléctrico).

Sin embargo, no se puede considerar a Erdosain como el único inventor; como anota Rosenberg (2000), «en Los siete locos.Los lanzallamas, hay que tomar en consideración que el problema de la invención va mucho más allá de la figura particular del inventor (Erdosain), y se disemina por toda la novela». En ese sentido, este artículo se concentra en el personaje de Alberto Lezin, referido en las novelas con su apelativo, el Astrólogo. Se propone que, detrás de su proyecto —su invento— de una sociedad secreta revolucionaria, se concibe la intención de establecer una sociedad comercial bastante lucrativa. Desde esta perspectiva, y en contraste con cómo lo perciben los demás personajes (incluido Erdosain), se esclarece que el Astrólogo no es un individuo incoherente, sino alguien capaz de establecer un minucioso plan de negocio.

El discurso del Astrólogo, sostenido en un consumo ideológico desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda —lo que parece absurdo a primera vista—, se revela como un plan para convocar a la mayor cantidad posible de socios, los únicos que sabrían la verdadera naturaleza del proyecto. Cuando rinda frutos, Alberto Lezin está convencido de que el dinero podrá unirlos a pesar de sus diferencias. Esto también se vincula con la idea de que, bajo la fachada de una sociedad pensada para los marginados, se esconde un siniestro plan para volverlos mano de obra —o, como él dice, «carne de cañón»—. En otras palabras, el personaje simula la creación de una sociedad revolucionaria, que no es sino una sociedad comercial hipercapitalista. Su aparente plan descabellado de promocionar su sociedad a través de la creación de un efebo-mesías, y su consecuente publicidad a través de medios de comunicación masivos como el cine, es, más bien, una muy buena estrategia de mercadotecnia. El Astrólogo es muy consciente de que, en el contexto de una sociedad capitalista, un espectáculo místico resulta muy atractivo. Con todo esto, Alberto Lezin se configura no como un orate o un excéntrico, sino como un emprendedor cínico y ambicioso.

Es importante destacar que, junto con Horacio Quiroga, Arlt es considerado el iniciador —el inventor— de lo que Vargas Llosa (1969) denomina «novela de creación» (textos que retratan las obsesiones existenciales de sus autores y que no se enfocan en brindar un retrato de la realidad social) en oposición a «novela primitiva» (narrativas nativistas, criollistas, telúricas, abocadas a retratar las iniquidades sociales). Según señala el escritor peruano, «algunos estiman que [la novela de creación] nació con dos neuróticos curiosos: el uruguayo Horacio Quiroga y el argentino Roberto Arlt» (p. 31). Esta apreciación no es gratuita, pues, a la luz de lo que aquí se sostiene con respecto a la difuminación de la figura del inventor y su configuración en el personaje del Astrólogo, Los sietes locos y Los lanzallamas se pueden considerar obras novedosas para su tiempo. Mientras en América Latina primaban las novelas de la tierra[1] con una clara intención de denuncia social, en estos textos se propusieron personajes citadinos marginales[2] cuyo enfoque no pretende ser un retrato-denuncia, sino mostrar su profundo deseo de pertenencia al sistema capitalista, pues creen que solo así saldrán de la marginalidad.

2. El desarrollo de la sociedad comercial del Astrólogo

En Los siete locos, el Astrólogo le explica a Erdosain la base ideológica de la sociedad secreta que pretende organizar y con la cual planea llevar a cabo una revolución violenta: «No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. A veces me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda» (2000, p. 36). Más adelante, en una conversación entre Erdosain y el Rufián Melancólico, este último hace una acotación sobre el pensamiento del Astrólogo: «Yo no sé hasta dónde quiere apuntar ese hombre. Unas veces usted cree estar oyendo a un reaccionario, otras a un rojo, y, a decir la verdad, me parece que ni él mismo sabe lo que quiere» (p. 50). Esta aseveración es completamente lógica si se toma en cuenta que el Astrólogo se declara comunista, un admirador de Mussolini y de Lenin, y critica severamente al capitalismo; pero, al mismo tiempo, considera que no hay nada más revolucionario que este sistema económico. Endiosa a figuras industriales como Ford, Rockefeller y Morgan porque «el dinero convierte al hombre en un dios» (p. 140); precisa que, con su fortuna, podrían «comprar la suficiente cantidad de explosivo como para hacer saltar en pedazos un planeta como la luna» (p. 141), lo cual constituiría un acto divino. En ese sentido, como anota Corral (1998), «tomada al pie de la letra, parece imposible en una visión coherente y verosímil la propuesta revolucionaria del Astrólogo» (p. 1267).

Sin embargo, si se examina con cuidado el discurso del personaje, se descubre una lógica detrás de la aparente incongruencia. Pastor (1980) anota lo siguiente al respecto:

¿Cuál es la causa de esta confusión [ideológica]? ¿De dónde vienen tantas contradicciones? No son accidentales ni arbitrarias, y las fluctuaciones que imponen al pensamiento del Astrólogo derivan sencillamente de su oportunismo. El oportunismo es inseparable de su filosofía y proviene de su proyecto de atraer a la revolución que plantea tipos de gente diversos e incluso incompatibles. (p. 26)

No obstante, este oportunismo del que habla la crítica no es la base de un proyecto revolucionario, sino de un emprendimiento comercial, como el mismo personaje manifiesta en Los siete locos:

Cuando yo hablo de una sociedad secreta, no me refiero al tipo clásico de sociedad, sino a una supermoderna, donde cada miembro y adepto tenga intereses, y recoja ganancias, porque sólo así es posible vincularlos más y más a los fines que sólo conocerán unos pocos. Este es el aspecto comercial. (Arlt, 2000, p. 37)

Sobre la base de esta descripción, el personaje establece el verdadero espíritu de su empresa: «Así como hubo el misticismo religioso y caballeresco, hay que crear el misticismo industrial […]. Mi político, mi alumno político en la sociedad será un hombre que pretenderá conquistar la felicidad mediante la industria» (p. 43). Misticismo industrial es un nombre que sintetiza muy bien todo el proyecto empresarial del Astrólogo. En primer lugar, para él, el dinero que se consigue a través de la industria es una herramienta para alcanzar la divinidad; es decir, el dinero facilita una experiencia mística. En segundo lugar, el misticismo industrial supone los dos pilares de su empresa: la creación de un simulacro espectacularmente místico, que permita atraer mano de obra a la cual explotar, y el principio lucrativo (la industria), que es lo que unirá a los socios y a los futuros alumnos —los cuales también serán asociados y podrán seguir ampliando el proyecto, tal como una franquicia—. Asimismo, misticismo industrial puede entenderse también como la industria del misticismo, es decir, el negocio de vender un producto aparentemente místico. El Astrólogo realiza esta práctica a nivel personal en su dedicación a la astrología (sin creer en ella). Con su proyecto de la sociedad secreta, pretende expandir esta mentira a gran escala, de manera industrial, para así lograr grandes ganancias.

El personaje sabe que su emprendimiento necesita socios y obreros (que, en realidad, los imagina como esclavos). Para conseguir un gran número de los primeros, elabora un discurso que parece ininteligible en el aspecto ideológico, pero muy útil comercialmente. Él mismo le confiesa a Erdosain su intención de crear camuflajes ideológicos para conseguir adeptos: «Cuando converse con un proletario seré rojo. Ahora converso con usted […]. Seremos bolcheviques, católicos, fascistas, ateos, militaristas, en diversos grados de iniciación» (2000, pp. 149-150). Si se lee de modo literal, la conclusión es que el Astrólogo está trastornado. Sin embargo, desde el punto de vista de un proyecto empresarial que necesita muchos y diversos socios, este consumo ideológico tiene sentido, ya que sirve como anzuelo. Reforzando esta cita, Pastor (1980) comenta que «hay contradicciones, pero no son casuales sino premeditadas; hay fluctuaciones, pero no provienen de incoherencia por parte del Astrólogo, sino de la impecable coherencia con que subordina todos los medios a la obtención del fin que persigue» (p. 27). Y este fin, precisamente, es la creación de un negocio.

A modo de resumen de la «ensalada rusa» ideológica del Astrólogo, Corral (1998) afirma que

en un mismo terreno se codean Lenin, Mussolini, Henry Ford, Al Capone y distintos modelos de sociedad secreta, contemporáneos como el Ku-Klux-Klan o pasados como la sociedad organizada en el siglo IX por un bandido árabe, Abdala-Aben-Maimun. En todos ellos encuentra el Astrólogo algún aspecto digno de ser tomado en cuenta, independientemente de los fines perseguidos por cada uno de los aludidos. (p. 1269)

Para el Astrólogo, las ideologías políticas y los modelos de sociedades secretas son como los productos de un supermercado o los ingredientes de una receta, que puede ir escogiendo según su conveniencia: los consume cínicamente porque le parece lo más beneficioso para su futura empresa. Prueba de ello es que Abdala-Aben-Maimun, en quien dice inspirarse para crear la «ensalada rusa», era un pillo del siglo ix. Este hombre y los individuos con quienes dirigía su secta

mentían descaradamente a todo el mundo. A los judíos les prometían la llegada del Mesías, a los cristianos la del Paracleto, a los musulmanes la de Madhi de tal manera que una turba de gente de las más distintas opiniones, situación social y creencias trabajaban en pro de una obra cuyo verdadero fin era conocido por muy pocos […]. Excuso decirle que los directores del movimiento eran unos cínicos estupendos, que no creían absolutamente en nada. Nosotros los imitaremos. (Arlt, 2000, pp. 149-150)

Este es, pues, el modelo de negocio que pretende imitar el Astrólogo; no se trata de creer un poco en cada ideología, sino de crear un melting pot ideológico que resulte atractivo para mucha gente.

En Los lanzallamas, el personaje le agrega un componente más a su «ensalada rusa» ideológica: el terrorismo. Dice, por ejemplo, lo siguiente:

Quisiera prenderle fuego por los cuatro costados al mundo. No descansaré hasta que no haya montado una fábrica de gases. Quiero permitirme el lujo de ver caer a la gente por la calle, como caen las langostas. Sólo respiro tranquilo cuando me imagino que no pasará mucho tiempo entre el día aquel que unos cincuenta hombres a mi servicio tiendan una cortina de gas de diez kilómetros de frente. (p. 355)

Esta radicalización del discurso del Astrólogo ocurre tras el asesinato del Rufián Melancólico, es decir, tras sufrir un golpe importante en su proyecto, pues el cafiche iba a ser el encargado de administrar la cadena de burdeles que financiarían —al menos inicialmente— gran parte de la empresa. Los lenocinios darían el impulso necesario para crear el simulacro que atraería a la «carne de cañón», la eventual gran fuente de ingresos del negocio. Con la finalidad de conseguir más socios para su proyecto, Alberto Lezin nuevamente recurre al supermercado ideológico y toma un elemento distinto: el terror. Aunque ya se podía intuir en su discurso desde Los siete locos, se recrudece en Los lanzallamas tras la muerte del Rufián.

Por consiguiente, si el Astrólogo cree realmente en alguna ideología, esta debe ser la del lucro. Más aún, está convencido de que en el fondo sus potenciales socios también creen en ella: dice que las ganancias harán que se integren más allá de sus diferencias ideológicas y que «el dinero será la soldadura y el lastre[3] que les concederá a las ideas el peso y la violencia necesarias para arrastrar a los hombres» (Arlt, 2000, p. 146). Todo esto, aparentemente, lo haría un gran capitalista (o uno en potencia); pero su afán de lucro es incluso más extremo que el del capitalismo de su tiempo: quiere conseguir utilidades no solo a través de una cadena de prostíbulos (un negocio ilegal), sino, sobre todo, del trabajo forzado. Por ello, habla de los «fines que solo conocerán unos pocos», quienes son, evidentemente, los socios con los que pretende crear una sociedad comercial de ganancias absolutas, pues no tendrían que pagar mano de obra. Y se debe mencionar que, para conseguir a los esclavos, planea crear todo un simulacro espectacularmente adornado con tintes seudomísticos y que incluye la creación de una joven deidad: «Llevaremos engañados a los obreros, y a los que no quieran trabajar en las minas los mataremos a latigazos» (p. 147). Un poco más adelante, enfatiza: «Allá abajo les doblaremos bien el espinazo a palos, haciéndolos trabajar veinte horas en los lavaderos [de oro]» (p. 149). El Astrólogo expone esta mentira con total naturalidad, pues, como explica Pastor (1980), ve al pueblo «como un niño al que no se trata de educar, sino de engañar para poder utilizarlo mejor» (p. 25).

Asimismo, el Astrólogo tiene bastante claro quiénes constituirían el grupo de los engañados y posteriormente explotados: «Literatos de mostrador. Inventores de barrio, profetas de parroquia, políticos de cafés y filósofos de centros recreativos serán la carne de cañón de nuestra sociedad» (Arlt, 2000, p. 152). Planea, pues, reclutar a los fracasados o aburridos; esto es, a los marginados de la sociedad. Con esto, el personaje demuestra que no solo posee la capacidad de estructurar los pilares de su empresa, sino que sabe muy bien a qué público objetivo debe dirigirse.

Alberto Lezin es, en consecuencia, tan revolucionario como astrólogo; es decir, un oportunista farsante. En primera instancia, su negocio fue disfrazarse en esta profesión para atraer incautos o «imbéciles» (en Los siete locos usa este adjetivo para referirse a un cliente). Luego, haciéndose pasar por revolucionario, pretendió embarcarse en otra empresa, una mucho más ambiciosa y para la que necesitaba capital, socios (ya fuera que colaborasen como inversionistas, con su conocimiento o con fuerza bruta) y mano de obra esclava. En ese sentido, concuerdo con la siguiente afirmación de Pastor (1980), que sintetiza muy bien el proyecto del personaje:

La falsedad oportunista del programa económico [del Astrólogo] es evidente, ya que, por debajo de esa retórica, no se propone terminar con la explotación, sino promoverla; no eliminar las clases, sino polarizarlas más, convirtiéndolas en castas; no liquidar los fallos y tácticas del sistema capitalista, sino utilizarlos, llevándolos hasta sus últimas consecuencias. (p. 30)

Sopesando todos los elementos que constituyen el discurso del personaje en Los sietes locos y en Los lanzallamas, Pastor agrega que «la propuesta es inequívocamente reaccionaria, y no es casualidad que el Astrólogo cite un precedente tan revelador como el de Mussolini» (p. 24). Por lo tanto, «la revolución del Astrólogo es una rebelión fascista. La mezcla de elementos y retórica que encontramos en su pensamiento no la aparta de la ideología fascista» (pp. 30-31). En efecto, si se considera que el fin último de Alberto Lezin es desencadenar una revolución social, resulta indudable su tinte fascista —y no comunista, como el personaje afirma—.

Sin embargo, insisto en que realmente el personaje no quiere una revolución, sino una empresa, un negocio sumamente lucrativo basado en la explotación. Como la propia Pastor comenta, él es, ante todo, un oportunista. La revolución que predica, más allá de la ideología que se le pueda adjudicar, es la fachada de su emprendimiento y una propaganda.

Se puede decir que la empresa del Astrólogo nunca fracasa, pues ni siquiera logra consolidarse. Es posible esgrimir varias razones: entre las más evidentes, la muerte del Rufián Melancólico y la consecuente imposibilidad de abrir una cadena de prostíbulos, y acaso la más importante, el no conseguir los socios idóneos. Los sueños de grandeza y riqueza de Erdosain podrían haber sintonizado muy bien con el afán de lucro del Astrólogo si no fuera por su profunda crisis existencial, la cual se agravó cuando robó a la empresa aseguradora para la que trabajaba en Los siete locos, alcanzó su clímax cuando asesinó a la hija de su casera y desembocó en su suicidio en Los lanzallamas. No obstante, acude muchas veces a la casa de Alberto Lezin y participa de varias reuniones de coordinación con respecto a la sociedad secreta. Asimismo, en Los siete locos, es idea suya el secuestro de Barsut para conseguir capital inicial, y luego, en Los lanzallamas, diseña una fábrica de fosgeno a pedido del Astrólogo. A través de estas y sus otras acciones, Erdosain se va degradando espiritual y mentalmente en el transcurso de las dos novelas, ensimismándose a tal grado que se aliena del mundo. Es evidente que alguien con este perfil no está en condiciones de convertirse en socio de ninguna empresa, mucho menos de una que implica toda la construcción de un simulacro, como la del Astrólogo.

Sobre los personajes que orbitan alrededor del Astrólogo y de su proyecto, Corral (1998) señala: «La solución total que ofrece el Astrólogo sirve de contrapunto imaginario a sus existencias vacías, malogradas, y a sus deseos frustrados de ser» (p. 1276). En efecto, los personajes relacionados con él, a diferencia suya, no persiguen un fin mercantilista —que sería lo conveniente—, sino que buscan un escape de sus vidas miserables por una u otra razón. Así, por ejemplo, el Rufián Melancólico declara que quiere involucrarse en el proyecto porque está aburrido, no porque crea en él o quiera lucrar. El Buscador de Oro, por su parte y a pesar de su sobrenombre, busca volver a la vida campestre, escapar de la ciudad (un espacio que aborrece). El Hombre que vio a la Partera (Bromberg), un delincuente que al inicio funge como una especie de secretario para el Astrólogo, termina siéndole un estorbo, por lo cual este facilita que Barsut lo mate.

Evidentemente, el gran error estratégico del Astrólogo es creer que todos ellos podrían ser parte de esos pocos que conocerían sus verdaderos fines —es decir, su deseo de lucrar antes que de revolucionar—. Son candidatos perfectos para ser esa «carne de cañón» que busca seducir y explotar cruelmente; pero el Astrólogo no lo ve así. Empieza a delinear con ellos su proyecto sin contemplar que no son capaces de notar su verdadera naturaleza; en pocas palabras: no están a la altura de la empresa. Por ello, no sorprende que ni en Los siete locos ni en Los lanzallamas el Astrólogo logre pasar del discurso a la acción.

Curiosamente, en Los lanzallamas, su socia ideal llega sin que él la busque. De hecho, llega con la intención de extorsionarlo. Se trata del personaje de Hipólita, la Coja, esposa de Ergueta, que había sido sirvienta y luego prostituta[4] —porque pensaba que con este oficio podría ser realmente libre—. Producto de lo que le cuenta Erdosain, cree que Barsut ha sido asesinado en la quinta del Astrólogo. Cuando este descubre su identidad y sus verdaderas intenciones, en un determinado momento la encara:

—¿Usted venía a extorsionarme, no?

—Sí. (Arlt, 2000, p. 302)

Lejos de generarle una sensación de rechazo, lo une a ella, pues ambos comparten un rasgo esencial: el oportunismo. Hipólita ve la oportunidad de ganar dinero a través de la extorsión; él ve la oportunidad de lucrar a través de una empresa disfrazada de revolución. En el fondo, el poder unificador del dinero del que hablaba el Astrólogo se consolida entre los dos.

Es pertinente resaltar que, en Los siete locos, se comentan los sueños de riqueza de Hipólita. Por ejemplo, el narrador dice que ella pensaba en el «placer que experimentaría si pudiera tener un Rolls-Royce, cuya tapicería de cuero era tan preciosa en su imaginación» (p. 232). Asimismo, menciona que «su cuarto de sirvienta se repoblaba de fantasmas insinuantes, sentada en una butaca forrada de seda de color de cocodrilo, recibía a sus amigas que venían a despedirse para irse a “París de Francia” y hablaba de noviazgos» (p. 235).

El Astrólogo es lo suficientemente sagaz para darse cuenta rápidamente de que Hipólita es de su misma laya, por eso le dice: «Nosotros somos camaradas. ¿No se ha fijado qué notable?» (p. 290). Al final de su conversación, cuando ella le dice que no sabe si volverá a verlo, le responde: «Creo que usted volverá a verme. Y entonces será para decirme: sí, quiero ayudarlo» (p. 307). Esto último se puede interpretar como «sí, quiero ser su socia». El Astrólogo no necesita recurrir al consumo ideológico para atraerla; aunque le hable de sus planes seudorrevolucionarios, él sabe que, en el fondo, ambos hablan el mismo lenguaje del lucro. Hipólita, por su parte, también es bastante perspicaz y se da cuenta de que él no es un loco, sino un tipo tan ambicioso como ella: «Usted es el hombre más interesante que he conocido» (p. 306). Y, finalmente, acepta ser su socia: «Mañana le diré que sí al Astrólogo» (p. 392).

Sin embargo, para el momento en que el Astrólogo e Hipólita se conocen, el proyecto empresarial del primero está destinado a no ocurrir. Esto no significa que no establezcan un vínculo exitoso, como da cuenta su escape cuando él es buscado por la ley: «Ha pasado ya más de un año y no se ha encontrado el más mínimo indicio que permita sospechar dónde puedan haberse refugiado» (Arlt, 2000, p. 599). Por tanto, si bien Hipólita no se convierte en una socia en su proyecto, sí se vuelve su cómplice. Además, esta última cita permite deducir que, en efecto, el Astrólogo e Hipólita son una pareja efectiva. Juntos son capaces de obtener buenos resultados: consiguen huir y esconderse con éxito de la búsqueda policial. Asimismo, se corrobora que, con una buena asociación, Alberto Lezin es capaz de alcanzar logros.

3. El simulacro espectacularmente místico del Astrólogo

En una escena de Los siete locos, el Astrólogo congrega en su quinta de Temperley a Erdosain, al Rufián Melancólico, a un abogado amigo de este último y al Buscador de Oro; es decir, convoca a su círculo de confianza para hablar de la sociedad que pretende formar. A la reunión también acude un Mayor del Ejército, que solo conoce el Astrólogo, quien les comenta a los presentes que dentro de la institución castrense existe un grupo de militares descontentos y proclives a la revolución. Erdosain se ofusca por algunos comentarios del Mayor, lo que propicia la siguiente escena:

El Mayor se incorporó en su asiento y, mirando a Erdosain, dijo sonriendo:

—¿Entonces reconoce usted que hago bien mi papel?

—¿Papel?

—Sí, hombre… yo soy tan Mayor como usted.

—¿Se dan cuenta ahora ustedes del poder de la mentira? —dijo el Astrólogo—. Lo he disfrazado a este amigo de militar y ya ustedes mismos creían, a pesar de estar casi en el secreto, que teníamos revolución en el ejército.

—¿Entonces?

—Entonces no fue nada más que un ensayo… ya que representaremos la comedia en serio algún día. (Arlt, 2000, p. 165)

Este episodio es una puesta en práctica de algo que el Astrólogo ya había manifestado: «Hay que inaugurar el imperio de la Mentira, de las magníficas mentiras» (p. 100). En efecto, la mentira es un elemento medular dentro de su proyecto. Sobre la base de ella quiere erigir la revolución, que, en realidad, no será más que una industria dedicada a la explotación humana. En ese sentido, se puede decir que lo suyo es crear un simulacro: «To disimulate is to feign not to have what one have. To simulate is to feign to have what one hasn’t» (Baudrillard, 2007, p. 366). Lo que el Astrólogo no tiene, pero quiere fingir tener, es el proyecto de una sociedad basada en los principios del comunismo. Sin embargo, como anota Pastor (1980), en realidad busca «un retorno a estructuras ideológicas anteriores de opresión y alienación» (p. 24). Alberto Lezin oculta esta verdad simulando el proyecto de una mejor sociedad, opuesta a la capitalista. Vale la pena recordar que este ejercicio de simulación no es el primero del personaje: su propio oficio de astrólogo lo es, pues simula creer en algo que realmente considera falso.

Para que la empresa del Astrólogo funcione necesita socios —los directores de la comedia, podría decirse— y explotados. En ese sentido, así como el consumo ideológico es importante para captar a los primeros, el consumo de las mentiras lo es para seducir a los segundos: «Como en una farmacia, tendremos las mentiras perfectas y diversas, rotuladas para las enfermedades más fantásticas del entendimiento y del alma» (Arlt, 2000, p. 276).

La articulación o, dicho de otro modo, el consumo y producción de mentiras (la industria de la mentira) genera en última instancia un espectáculo. El Astrólogo lo sabe, pues es un buen analista de su contexto, como manifiesta en Los lanzallamas: «Cuando un periódico aparece sin catástrofes sensacionales, nos encogemos de hombros, y lo tiramos a un rincón. ¿Qué me dice usted? Estamos en el año 1929» (p. 294). Se da cuenta de que lo llamativo, lo espectacular, capta la atención del público, satisface su gusto, dado que el espectáculo se ha convertido en el elemento dominante en la sociedad capitalista: «Toda la vida de las sociedades en que reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos» (Debord, 1967/2014, p. 8).

En Los siete locos, el Astrólogo afirma lo siguiente sobre el hombre contemporáneo:

El hombre es una bestia triste a quien sólo los prodigios conseguirán emocionar. O las carnicerías. Pues bien, nosotros con nuestra sociedad le daremos prodigios, pestes de cólera asiático, mitos, descubrimientos de yacimientos de oro o minas de diamantes. Yo lo he observado conversando con usted. Sólo se anima cuando lo prodigioso interviene en nuestra conversación. Y así le pasa a todos los hombres, canallas o santos. (Arlt, 2000, p. 93)

Los prodigios de los que habla el Astrólogo son, por ejemplo, los inventos que sí tienen éxito comercial, a diferencia de la rosa de cobre de Erdosain. Él sabe que el brillo de estos objetos atrae a la gente tanto como las noticias sensacionales que anuncian descubrimientos de minas de oro o enfermedades. Su intención es, entonces, darle a la gente aquello que la entretiene y la emociona; es decir, brindarle un espectáculo. Este razonamiento es completamente lógico, pues, como anota Debord (1967/2014), en las sociedades capitalistas el espectáculo domina la vida social:

Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de entretenciones, el espectáculo constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante. Es la afirmación omnipresente de una elección ya hecha en la producción, y su corolario consumo. La forma y el contenido del espectáculo son idénticamente la justificación total de las condiciones y de los fines del sistema existente. (p. 9)

El plan del Astrólogo es crear su propio espectáculo. Sabe muy bien que el capitalismo ha producido el suyo y que genera grandes ganancias. Sin embargo, para tener éxito, no puede hacer simplemente una réplica, sino simular un modelo opuesto pero basado también en el espectáculo. En Los siete locos dice: «Lo que conviene, y no se asombren de lo que les voy a decir, es darle a la sociedad un aspecto completamente comunista» (Arlt, 2000, pp. 161-162). En efecto, lo que conviene —esta palabra refleja el cariz oportunista del personaje— es aparentar, simular algo diferente que atraiga a aquella «carne de cañón» excluida por el mercado o que ha fracasado en este. Rosenberg (2000) comenta que el Astrólogo «no es ya el hacedor de productos con supuesto valor de uso, sino que ofrece la ilusión misma; actúa como espejo que intenta reflejar y transformar las ilusiones de aquellos a quienes el mercado ya ha desahuciado». Vale la pena mencionar que esta cita aplica tanto para los potenciales socios como para los futuros explotados.

Pero el comunismo no es suficiente para crear un espectáculo efectivo, es decir, que llame la atención de la masa que desea prodigios. El Astrólogo necesita un elemento (una mentira) más: el misticismo. Mezclar comunismo con misticismo parece absurdo, pero hay que recordar que Alberto Lezin es un gran cínico oportunista. Está dispuesto a crear «una ensalada rusa que ni Dios entienda» con tal de atraer tanto socios como «rebaño» para su empresa. Sabe muy bien que a la sociedad le gusta el ingrediente místico y por eso considera indispensable añadirlo:

¿No creyó la gente de Buenos Aires en los poderes sobrenaturales de un charlatán brasileño que se comprometía a curar milagrosamente la parálisis de Orfilia Rico[5]? Aquél sí que era un espectáculo grotesco y sin pizca de imaginación. E innumerables badulaques lloraban a moco tendido cuando el embrollón enarboló el brazo de la enferma, que todavía está tullido, lo cual prueba que los hombres de ésta y de todas las generaciones tienen absoluta necesidad de creer en algo. (Arlt, 2000, p. 148)

Por supuesto, ese «algo» es de naturaleza sobrenatural, mística. Debido a ello, el Astrólogo planea difundir la mentira sobre la existencia de un efebo divino que habitará en un templo en las montañas de la provincia de Chubut. Él será el centro del espectáculo, la atracción principal que atraerá a las masas que planea explotar. Por eso, piensa en todos los usos que puede darle:

Una idea se me ocurre: anunciaremos que el mocito es el Mesías pronosticado por los judíos… Hay que pensarlo… Sacaremos fotografías del dios de la selva… Podemos imprimir una cinta cinematográfica con el templo de cartón en el fondo del bosque, el dios conversando con el espíritu de la Tierra. (p. 148)

Evidentemente, el Astrólogo sabe muy bien que los medios de comunicación juegan un rol de suma importancia, por lo cual menciona las fotografías, el cine, y dice que «con la ayuda de algún periódico, créame, haremos milagros» (p. 148). No obstante, considera el cine como el medio que será más efectivo, pues es una herramienta muy útil para difundir el espectáculo y, en consecuencia, sostener el simulacro. Por esta razón, evalúa minuciosamente, cual director y productor cinematográfico, cómo será su película, dónde será distribuida y el impacto que tendrá entre los espectadores:

Elegiremos un término medio entre Krisnamurti y Rodolfo Valentino [para representar al efebo milagroso]… pero más místico, una criatura que tenga un rostro extraño simbolizando el sufrimiento del mundo. Nuestras cintas se exhibirán en los barrios pobres, en el arrabal. ¿Se imagina usted la impresión que causará al populacho el espectáculo del dios pálido resucitando a un muerto, el de los lavaderos de oro con un arcángel como Gabriel custodiando las barcas de metal y prostitutas deliciosamente ataviadas dispuestas a ser las esposas del primer desdichado que llegue? (p. 149)

El Astrólogo no habla sin fundamento sobre el impacto de su filme en las áreas pobres de la ciudad. Las personas de estas zonas son aquellos excluidos por el mercado, es decir, quienes viven al margen de la sociedad capitalista. En consecuencia, desde el punto de vista del Alberto Lezin, para ellos una sociedad anticapitalista y espectacularmente mística sería muy atractiva. Sin duda, su conocimiento del capitalismo y su análisis sociológico lo conducen a esta conclusión, que resulta muy importante para elaborar su proyecto. Es una evidencia contundente de que el personaje no está loco, sino que, en efecto, es un calculador oportunista que encuentra, a través del melting pot ideológico y del simulacro difundido por el espectáculo, una gran oportunidad de negocio.

Rosenberg (2000) comenta acertadamente que «los medios de comunicación obedecerían, en la sociedad del Astrólogo, a la explotación más salvaje (minería y prostitución); son un dispositivo para lograr que el cuerpo se someta». En la sociedad del espectáculo, anota Debord (1967/2014), los medios de comunicación son «su manifestación superficial más arrolladora» y «la instrumentación exacta que conviene a su automovimiento total» (p. 24). El Astrólogo es indudablemente consciente de esto; por ello, enfatiza el potencial milagroso de los diarios y se dedica a pensar en la elaboración de sesiones fotográficas y, sobre todo, de una película.

Según Piglia (1974), «la sociedad secreta que el Astrólogo construye a su alrededor en Los siete locos es, simultáneamente, una industria de producir “cuentos” y de buscar dinero» (p. 26). En realidad, la producción de mentiras es un medio para la obtención de dividendos. Desde la perspectiva del Astrólogo, primero se necesita construir las mentiras (o, podría decirse, los cuentos místicos) y difundirlas a través de los medios masivos para espectacularizarlas; luego, cuando suficientes incautos hayan creído en el efebo mesías y se hayan unido a su sociedad, se les «doblará el espinazo» y, en consecuencia, llegarán las ganancias. Este plan de negocios, por tanto, tiene un orden definido: primero, las mentiras espectaculares; luego, como resultado de estas, las ganancias. Sin embargo, solo se desarrolla en su discurso; debido a ello, crear mentiras y ganar dinero aparecen en las novelas como acciones simultáneas.

Piglia (1974) también afirma que

Arlt no asocia —como podría pensarse— el poder del dinero con la verdad, sino con la mentira, el crimen y la falsificación: por de pronto el dinero, signo del oro, obligado a circular sin reposo, no es más que la ficción, el simulacro —o como diría Marx: el enigma— del valor. (p. 27)

Pero esta generalización sobre la obra arltiana se puede poner en duda en Los siete locos y en Los lanzallamas. En ambos textos, el dinero es la realidad sobre la que se sostiene todo el proyecto del Astrólogo, como él mismo manifiesta: «La logia tendrá un elemento de fantasía, si así se quiere llamar a todo lo que le he dicho, y otro elemento positivo: la industria, que dará como consecuencia el oro» (Arlt, 2000, p. 145). Nuevamente, el consumo ideológico y la construcción del simulacro adornado del espectáculo místico (la fantasía) cobran sentido solo si se anclan a un elemento real: el dinero. Si no fuera por este, en efecto, podría catalogarse al Astrólogo como un orate, pues sus planes no serían más que delirios —o esquizofrenia ideológica— y no lo que realmente son: el diseño de una empresa lucrativa. Si bien, en Los lanzallamas, el Astrólogo falsifica dinero — fraude que inicia sus problemas con la ley—, lo hace para poder quedarse con el verdadero, lo único real con lo que cuenta para su proyecto.

El dinero es tan real en las novelas y el Astrólogo está tan convencido de su poder —junto con el de la mentira— que manifiesta:

Siento la imperiosa necesidad de poner en marcha esto, de reunir en un solo manojo la disforme potencia de cien psicologías distintas, de armonizarlas mediante el egoísmo, la vanidad, los deseos y las ilusiones, teniendo como base la mentira y como realidad el oro. (p. 154)

Repite más de una vez en su discurso la idea de unir a gente distinta a través del dinero. Por eso, contrario a lo que señala Piglia, propongo que el dinero debe considerarse, al menos en las novelas tratadas, como la única verdad tangible que puede tener un oportunista como Alberto Lezin.

Ahora bien, que su proyecto nunca se lleve a cabo no quiere decir que el simulacro y el espectáculo no triunfen en las novelas comentadas. De hecho, lo logran gracias a un personaje que se había mantenido en un papel secundario: Barsut. Originalmente, él iba a ser asesinado en la quinta del Astrólogo, pero este decide solo simular su muerte en complicidad con la propia víctima y Bromberg. Esta puesta en escena, junto con la del dinero falso que le da para que se vaya, paradójicamente termina volviéndose en contra del Astrólogo (estos simulacros que sí lleva a cabo terminan de disolver cualquier posibilidad que planease), pues la policía lo busca debido a Barsut. Alberto Lezin, quien preconizaba la utilidad de la mentira, termina siendo víctima de ella. Barsut, en cambio, resulta un beneficiario inesperado:

Barsut, cuyo nombre en pocos días había alcanzado el máximum de popularidad, fue contratado por una empresa cinematográfica que iba a filmar el drama de Temperley. La última vez que lo vi me habló maravillado y sumamente contento de su suerte:

—Ahora sí que verán mi nombre en todas las esquinas. Hollywood, Hollywood. Con esta película me consagraré. El camino está abierto. (Arlt, 2000, p. 598)

Como el mismo personaje confiesa hacia el final de Los lanzallamas, su éxito se debe a que, como muchos hombres, posee la naturaleza de un simulador: «Me he analizado lo suficiente para comprender que soy una naturaleza grosera y cínica. Lo único que me interesan son las comedias» (p. 551). Un poco más adelante, agrega: «Ahora tengo veinticinco […] desde los diecisiete años que represento comedias» (pp. 553-554). Esta revelación constituiría el gran plot twist de la trama total de ambas novelas, pues este personaje secundario que parecía sin rumbo ni ambiciones, ridículo e incoherente, cobra un cariz completamente distinto: es un gran simulador, si acaso el mayor de todos. Sus acciones absurdas, como seguir visitando a Erdosain pese al desprecio de este o la cachetada que le da, de pronto adquieren un sentido: eran puestas en escena de una comedia con la que engañó a todos, incluidos los lectores. Así, el gran maestro de la mentira resulta ser él y no el Astrólogo, quien desea serlo, mas no lo logra.

En una comparación entre los proyectos (simulacros) del Astrólogo y de Barsut, Rosenberg (2000) comenta lo siguiente:

El Astrólogo, si bien invierte en un proyecto colectivo (o en varios a la vez), hace basar a éste en la preminencia de su propio genio. Por el contrario, Barsut ofrece la posibilidad de un pasaje más abierto del mundo de los productores [de imágenes] al de los comunicadores, primero mediante la escenificación de sus fantasías mediatizadas, luego mediante su participación en el relato periodístico, y finalmente a través de su colaboración en la filmación del «drama de Temperley».

En otras palabras, las imágenes que Barsut representa resultan exitosas comercialmente. El Astrólogo, quien pretende ser un gran director de orquesta, nunca logra distribuir sus imágenes en los medios; Barsut, en cambio, las produce y pone en práctica sin que nadie lo sepa, lo cual prueba su efectividad. Cuando tiene la oportunidad, entra en el mercado con éxito representando la comedia del Astrólogo; pero no la que este pretende, sino una en la que él es un personaje (probablemente uno trágico). Así, el Astrólogo no solo se convierte en víctima de la mentira, sino también —paradójicamente— en el centro del espectáculo. Y no como director de este, sino como el insumo de uno de sus productos: «El drama de Temperley».

4. Conclusiones

Como primera conclusión, en efecto, el proyecto del Astrólogo es empresarial antes que revolucionario o político. En realidad, todo el enrevesado discurso ideológico que elabora no es más que una táctica mercantilista para atraer diversos socios, a quienes está convencido de que podrá unir a través del lucro (lo único en lo que cree sin cinismo). Alberto Lezin, astrólogo que no cree en la astrología, comunista que desea fervientemente una empresa lucrativa, es un oportunista antes que un revolucionario. En ese sentido, Los siete locos y Los lanzallamas son un compendio de los planes de su aventura empresarial que, aunque finalmente no trasciende más allá de la elucubración, sí sirve para comprender la complejidad del personaje del Astrólogo.

Una segunda conclusión es que, como se corrobora con el Astrólogo y Barsut, la figura del inventor en estas novelas es compleja y no se concentra en un solo personaje. En Los siete locos y Los lanzallamas, Erdosain no es el único inventor: hay otros que también tratan, aunque con menos desesperación y amargura, de inventar cómo salir de su marginalidad. Entre ellos, acaso el inventor más interesante y complejo es el Astrólogo, pues, a diferencia de Erdosain, no busca el «batacazo», sino que se concentra en delinear un plan concreto que irá desarrollando poco a poco. Mientras que Erdosain es bastante transparente con respecto a lo que busca y a lo que siente (por lo cual no sorprende su trágico final), el Astrólogo reviste una mayor complejidad tanto para los personajes que lo rodean como para los lectores. Comprenderlo implica escarbar en sus contrariedades, encontrar la lógica detrás de un discurso que a primera vista parece disparatado.

Finalmente, el análisis desarrollado corrobora mi planteamiento inicial: en medio de un contexto regional, donde primaba la novela de la tierra, y uno local, donde se debatía si la literatura debía seguir un cauce vanguardista importado (grupo Florida) o retratar crudamente la vida social (grupo Boedo), Arlt crea obras cuya preocupación se adelantó a su tiempo. En ellas, los personajes buscan crear algo que los inscriba exitosamente en el circuito comercial del sistema capitalista. En este proceso, deben volverse una suerte de producto atractivo para los demás (por ejemplo, el Astrólogo en la búsqueda de socios o Erdosain y su sueño de encontrar un mecenas). Dicho de otro modo, los personajes arltianos retratan un principio elemental que Bauman (2007/2009) explica sobre los sujetos en el capitalismo actual, enmarcado en la sociedad de consumo:

Nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo las cualidades y habilidades que se exigen en todo producto de consumo. (pp. 25-26)

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Baudrillard, J. (2004). Simulacra and Simulations. En J. Rivkin y M. Ryan (Eds.), Literary Theory. An Antology (2.. ed., pp. 365-378). Blackwell Publishing Ltd.

Bauman, Z. (2009). Vida de consumo (M. Rosenberg y J. Arrambide, Trads.). Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 2007)

Calvo, C. (2021). Lunfardismos y jergas peruanas; un viaje de ida y vuelta. Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, 69(69), 149-170. http://doi.org/10.46744/bapl.202101.006

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Debord, G. (2014). La sociedad del espectáculo (Colectivo Maldeojo, Trad.). Gegner. (Obra original publicada en 1967)

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Osorio Cortés, R. (2011). Roberto Arlt y el sistema contemporáneo: consideraciones históricas. TRIM, 3(3), 47-61.

Pastor, B. (1980). De la rebelión al fascismo: Los siete locos y Los lanzallamas. Hispamérica, 27(27), 19-32.

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Vargas Llosa, M. (1969). Novela primitiva y novela de creación en América Latina. Revista de la Universidad de México, 10(10), 29-36.

Notas

[1] La obra arltiana se enmarca en los debates literarios entre los grupos Florida (renovación vanguardista, elitismo) y Boedo (realismo, alcance popular). Sin embargo, «si bien es cierto que la obra de Arlt establece ciertos guiños con ambos bandos, su adscripción a uno solo resultaría un tanto injusta» (Osorio Cortés, 2011, p. 56).
[2] Arlt enfatiza esta condición con la inclusión del lunfardo —es decir, de la jerga porteña (Calvo, 2021)—, que denota la pertenencia a un determinado grupo. Así, no solo describe la marginalidad de los personajes, sino que la reproduce a través de su lenguaje.
[3] El Astrólogo usa esta palabra con la acepción de ‘material que da peso’, no la de ‘cosa que entorpece’ (que es de uso más común).
[4] Este oficio la hace más interesante y compleja que los otros personajes femeninos de la novela —como Elsa, la esposa de Erdosain—, pues «es la única que escapa a estos mandatos de su género» (ser casada o soltera en busca de marido) (Herrscher, 2022, p. 261).
[5] Orfilia Rico (1871-1936) fue una actriz de teatro y de cine uruguaya que desarrolló su carrera y alcanzó la fama en Argentina. El Astrólogo alude a su condición de hemipléjica, consecuencia del accidente cerebrovascular que sufrió en 1922.
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